lunes, marzo 19, 2007

EL VOLCÁN GALERAS

Desde noviembre de 2006 las tripas del volcán Galeras vienen haciendo ruidos estomacales que, de acuerdo con los científicos de Ingeominas, podrían indicar la inminencia de una erupción.

Leamos de la fuente:

Informe mensual de actividad del volcán Galeras - enero de 2007

Los parámetros de evaluación de la actividad del volcán Galeras durante el mes de enero de 2007 mantuvieron el cambio que se generó desde mediados del mes de noviembre de 2006, cuando la actividad sísmica comenzó a mostrar el registro de sismos tipo Tornillo, los cuales cobran importancia porque se han visto en épocas anteriores, en algunos períodos de actividad pre-eruptiva del Galeras. Específicamente, entre 1992 y 2006, la mayoría de los procesos que han estado precedidos por los eventos tipo Tornillo, desencadenaron en erupciones explosivas.

Comunicado de Prensa de Ingeominas del 12 de marzo de 2007, 5:00 p.m. - Nivel II Erupción probable en el término de días o semanas

Desde noviembre 22 de 2006, la actividad del volcán se mantiene en:

Nivel II (Erupción probable en el término de días o semanas)

Del permanente seguimiento y análisis de la actividad de Galeras que realiza el Observatorio Vulcanológico del INGEOMINAS en Pasto, se destaca que:

Se sigue presentado sismicidad relacionada con fracturas en el interior del volcán que resultan de la interacción del material magmático que induce presiones o variaciones de temperatura en la roca encajante, con niveles energéticos bajos a intermedios. Estos sismos ocurren en zonas cercanas al cráter activo, con profundidades hasta de 6 km (respecto a la cima del volcán), la mayoría de ellos no superan los 2 km de profundidad.

La vida en los albergues

El Gobierno Nacional financia albergues y paga subsidios para las comunidades que se encuentran en zonas de amenaza alta, de manera que la gente, por lo menos, no duerma en sus casas. Los albergues están bien construidos y, en medio de todos los inconvenientes propios de una situación de este tipo, les ofrecen a sus huespedes condiciones para vivir con calidad.

Sin embargo, la vida en cualquier albergue es dura, empezando por la pérdida de la autonomía y de la intimidad.

En los albergues que me había tocado conocer -despúes del terremoto de Tierradentro en 1994 que obligó a la reubicación de más de 8 mil personas; después del terremoto del Eje Cafetero; cuando la reubicación de San Cayetano, al norte de Cundinamarca; tras el paso del Mitch por Centroamérica- la gente aceptada de alguna manera esa vida provisional
porque sus viviendas, y los territorios donde éstas se encontraban, habían quedado destruidas como consecuencia del desastre, o por lo menos estaban en condiciones de total inhabitabilidad.

En el caso de las comunidades vecinas del Galeras, en cambio, las casas se encuentran buenas y sanas, a pocos kilómetros del lugar donde están albergadas. Esto dificulta comprender y aceptar la situación.

La posición del Gobierno Nacional es clara y comprensible: "No puede haber otro Armero".

Pero la vivencia de las comunidades también: mucha gente quisiera que el volcán hiciera erupción de una buena vez, para poder definir la situación. La incertidumbre es lo peor.

El Gobierno planea la reubicación de varias comunidades, pero los procesos son lentos y complejos: no basta con comprar unas tierras para construir nuevos pueblos, ni con pagarle individualmente a cada familia para que con esa plata resuelva cada cual su situación.

Lo cierto es que la comunicación entre el volcán, las instituciones y las comunidades, parece haberse deteriorado, pues aunque el seguimiento permanente que le hace Ingeominas al volcán permite que la comunicación sea fluida entre los científicos y la montaña, falta reestablecer los diálogos entre las comunidades y la dinámica del territorio.

El matrimonio entre el volcán Galeras y las comunidades que lo circundan, es indisoluble, así se vuelva insostenible cada vez que el volcán amenaza con entrar en erupción. Y es indisoluble por muchas razones, entre otras porque la gente vive y produce allí en gran medida debido a la fertilidad de la tierra, que es una consecuencia directa de la actividad milenaria del volcán.

Y también por razones simbólicas, pues el Galeras forma tanta parte de la identidad de sus vecinos, como el Puracé de los habitantes de Popayán y de las demás poblaciones que crecen en sus faldas. O el Ruiz de los habitantes de Manizales, o el Tolima de los de Ibagué.

La solución, entonces, no es pretender desbaratar ese matrimonio indisoluble, sino hacerlo sostenible, de manera que la dinámica del volcán no interfiera con la dinámica de las comunidades humanas... ni viceversa.

Eso implica, como en cualquier matrimonio, reconocerle al Galeras ciertos espacios de intimidad: saber que se puede convivir con el volcán, siempre y cuando se sepa que hay lugares que le pertenecen sólo a él, y en los cuales los seres humanos no nos debemos meter. Y saber también lo que hay que hacer -y hacerlo oportunamente y bien- cada vez que las tripas del Galeras comiencen a sonar.