miércoles, abril 12, 2017

El BIG SUR de Henry Miller

Textos: "Big Sur", Henry Miller
Fotos: G W-Ch (Noviembre 26, 2016)

Cuando estoy dando un paseo por el bosque o por las colinas o simplemente paseándome con los pies chapoteando en una playa desierta [...] la naturaleza lo es todo y yo, lo que queda de mí, una simple parte infinitesimal de lo que contemplo. Nunca tiene fin lo que podemos ver: mirando simplemente, no intentando observar nada en particular. En ese estado de ánimo, siempre hay momentos sublimes en que "de repente ves" y te tronchas, como tan apropiadamente se duele decir.
 
Aquí en Big Sur, sólo en determinado momento del año y en determinado momento del día, una tonalidad verdeazulina pálida inunda las montañas lejanas: es una tonalidad antigua y nostálgica que sólo vemos en las obras de los maestros flamencos e italianos del pasado. No es sólo el tono y el color de la distancia, a la que contribuye el mágico descenso de la luz: es un fenómeno místico, o así me gusta concebirlo, debido a cierta forma de ver el mundo.
 
Hay dos horas mágicas del día que sólo he llegado a conocer de verdad y esperar, bañarme en ellas, podríamos decir, desde que vivo aquí. Una es el amanecer; la otra, el ocaso. En ambas me gusta concebir como "la verdadera luz"; una fría, la otra cálida, pero las dos creadoras de un ambiente de superrealidad o realidad allende la realidad. En el amanecer miro hacia el mar, en el que el horizonte lejano está pintado con fajas de matices de arco iris y después a las colinas que recorren la costa, siempre cautivadas por la forma como la luz reflejada lame y calienta los "lomos de los rinocerontes drogados".
 
Hacia el ocaso, cuando las colinas a nuestra espalda quedan inundadas por la otra "luz verdadera". los árboles y la maleza de los cañones adquieren un aspecto del todo diferente. Todo es matorrales y coníferas, sombrillas de luz: con las hojas, las ramas, los tallos, los troncos separados y definidos, como en un grabado del propio Creador. 
En cualquier caso, a esa hora experimentamos una indescriptible emoción al observar las profundidades entre los árboles, entre las ramas y las hojas. Ya no es tierra y aire sino luz y forma: luz celeste, forma celestial. Cuando esa embriagadora realidad alcanza su culmen, las rocas hablan. Cobran formas más elocuentes que los fósiles de monstruos prehistóricos. Se visten con un atuendo de colores vibrantes que brilla con residuos metálicos.

El otoño y el invierno son las mejores épocas para recibir la "revelación", pues en ellas la atmósfera es clara. los cielos están más rebosantes de emoción y la luz del sol, con el bajo arco que describe, resulta más eficaz.
 
Si bien no siempre partimos de la naturaleza, no cabe duda de que volvemos a ella en momentos de necesidad. ¡Cuántas veces, al pasear por las yermas colinas, me he parado a examinar una ramita, una hoja muerta, una fragante plantita de salvia, una flor poco común que se ha mantenido pese al calor abrasador! O me he quedado delante de un árbol estudiando la corteza, como si nunca antes hubiera advertido que los troncos están cubiertos de ella y que, como el propio árbol, tiene su propia vida.

Si es una mañana, poco después de la salida del sol cuando la niebla ha cubierto la carretera que se encuentra más abajo, recibo el premio de un espectáculo poco común. [...] Alzo los brazos como en plegaria y adquiero una envergadura que ningún dios ha tenido nunca y ahí, en la niebla a la deriva, una aureola flota en torno a mi cabeza, una radiante aureola como la que el propio buda habría podido exhibir, orgulloso.
 
 
 
 
Lo que resulta enloquecedor es no poder captar la luz que impregna el mundo de la naturaleza. La luz es lo único que no podemos robar, imitar ni falsificar.
 
CABAÑA QUE FUE DE HENRY MILLER
 
 

LA NUEVA CRUCIFIXIÓN
Sí: en la casa que fuera del autor de "La crucifixión rosada"